martes, 17 de junio de 2014

INSTITUCIONES LLAMADAS A JUICIO


“… las instituciones políticas, no ya en sus formas históricas, monárquicas y republicanas, sino en su esencia misma, en su principio democrático inspirador de cuya eficacia se duda, son llamadas a juicio”
(Manuel Azaña, El problema español, conferencia pronunciada en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares, 1911)


Algo más de cien años después, estas palabras de Manuel Azaña cobran tanta actualidad que su autor bien merecería ser leído, interpretado y tomado como ejemplo bastante más de lo que lo viene siendo en esta España nuestra.

La coyuntura histórica que estamos viviendo contempla el juicio que la sociedad está llevando a cabo sobre todas sus instituciones, algo que hasta ahora había permanecido anestesiado por los efectos de la modélica transición española. La jefatura del estado y el proceso abierto de abdicación de la corona; la situación interna de los dos grandes partidos políticos garantes del bipartidismo, que al descrédito creciente unen la preocupación más o menos visible por los recientes resultados electorales y por su propia situación interna; la realidad de las alternativas políticas tradicionales incapaces de atemperar su ortodoxia para conectar con sectores sociales más amplios; los reflejos políticos de movimientos sociales recientes envueltos en un populismo redentor que desvirtúa sus ecos; todas ellas están siendo juzgadas, todas son llamadas a juicio, porque se sigue dudando de la eficacia de su principio democrático inspirador, tal como reseñaba Azaña a principios del siglo XX.

La sociedad española ha vivido los últimos treinta y cinco años bajo una forma de dominación legal que abarcaba toda la estructura del estado moderno y sus instituciones y las estructuras de dominación del capitalismo. Esa ha sido nuestra anestesia y ese el contexto solidario en el que se han producido y tapado tantos y tantos desmanes a los que sólo recientemente hemos empezado a poner nombres y apellidos, afectasen a quien afectasen y cayera quien cayera porque “todos somos iguales ante la ley”, tal como un día de nochebuena de hace un par de años se dijo en televisión.


Como sociedad nos convendría tener claro en qué queremos apoyarnos para establecer los necesarios criterios de racionalidad política, en la visión crítica de la sociedad o en la legitimación del orden. Llegada la hora de optar sólo nos quedará la ideología, porque esa jaula de hierro en la que hemos vivido puede interpretarse como la racionalización de la sociedad occidental o como su enajenación. Nosotros tenemos la palabra.                           

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