domingo, 22 de febrero de 2015

LA CASTA EN LA IGLESIA

El papa Francisco tiene prisa y se le nota. En dos de sus más reciente intervenciones públicas, el discurso a la curia del pasado Enero y la homilía dirigida a los nuevos cardenales (y sobre todo a los que ya lo eran) la pasada semana, no ha dudado en utilizar ese concepto del que tantas implicaciones se derivan en la actualidad política y social española, casta. Y no lo ha hecho para resaltar la pureza, virtuosidad u honestidad en la iglesia, si no para remarcar la carga más peyorativa de la prosapia en que algunos han acabado convirtiéndola. Las cuentas en el HSBC de las Religiosas de San José y la mudanza del cardenal Rouco Varela a un ático de lujo valorado en más de un millón y medio de euros, son sólo los dos últimos ejemplos de los modos y maneras de esa ralea tan dañina que se ha instaurado en la iglesia española durante los últimos decenios.
Sin haberse cumplido aún dos años de su elección, Francisco hace crujir cada vez con más estrépito los viejos andamiajes sobre los que se apoyaban las estructuras envejecidas del Vaticano y que conformaban a su vez los cimientos de algunas iglesias nacionales, entre ellas la española. Esas estructuras de gobierno de la iglesia han escuchado palabras de gran dureza que nunca antes habían imaginado escuchar de un pontífice, aunque se siguen aferrando al dogma como salvaguarda de su autoridad eclesial. Pero ese empeño de Francisco en soltar lastre de tantas adherencias doctrinales y renovar nuestro yo interior desde la vuelta a lo más profundo del Evangelio de Jesús, trae consigo nuevos aires que aunque algunos se empeñen en solapar pergeñan una cierta melodía de cambio. De la comodidad de los palacios a la intemperie del camino; del enrocamiento en la dinámica de no perder a los de “dentro”, a la lógica integradora de identificarse con los que se sienten “perdidos”; de la doctrina al evangelio; de la neutralidad, la asepsia y la indiferencia al riesgo, el compromiso y la incondicionalidad gratuita.

El propio Francisco lo ha dicho muy claramente: “En el Evangelio de los marginados se juega nuestra credibilidad”. El catolicismo se está jugando volver a conectar con la sociedad, porque la opción por los empobrecidos, y no otra, es la realidad que hará creíble a la Iglesia en este tercer milenio.

domingo, 8 de febrero de 2015

¿QUÉ PODEMOS HACER?

¿Qué podemos hacer? Los hechos del misionero Ángel Olaran en el norte de Etiopía es el título de un libro cuya parte más substancial detalla los múltiples propósitos y quehaceres de la Misión de Wukro, en el norte de Eitopía, al frente de la que se encuentra Ángel Olaran, sacerdote de Hernani que pertenece a los Misioneros de África, comúnmente conocidos como Padres Blancos. Olaran llegó a Wukro en 1991, siete años después de la hambruna que asoló África y que en Etiopía provocó la muerte de 1 millón de personas, para abrir una escuela secundaria que se puso en marcha cuatro años más tarde en 1995. En estos veinte años la misión de Wukro ha recorrido un largo camino cuyo fruto más relevante es la Escuela de Agricultura, un modelo a imitar en cuanto a organización, pedagogía y experimentación y que es la gran aportación para renovar la agricultura de una región eminentemente agrícola. La respuesta de Olaran al interrogante que da título al libro es muy sencilla: “Cada uno debe encontrar su propio camino. Cómo hemos de actuar, no lo sé. Sólo sé que no podemos no hacer nada. Cada cual es responsable de cómo hacerlo”
En el mes en el que la iglesia católica desarrolla a través de Manos Unidas la llamada campaña contra el hambre me surge una duda razonable: ¿estamos los creyentes cristianos dando pasos en la dirección adecuada para luchar con los empobrecidos contra la injusticia? Porque sólo cuando nos identificamos con el sufrimiento del otro, cuando el sufrimiento del otro ya es tuyo, la acción que se deriva de ello alcanza el valor cristiano fundamental. Desde la atalaya de una fe comprometida resulta sencillo compartir bienes cuando vemos una necesidad, incluso sin acudir a la fe para fundamentarlo. Lo que ya no resulta tan sencillo es alojar al Huésped. Tengo la sensación general de que nuestra iglesia en España habla de Dios pero no enseña a alojar a Jesús en nuestra casa. Eso sí, hay que ser solidarios y en casi todas las parroquias encontraremos grupos más o menos comprometidos en campañas y celebraciones, pero no siempre en procesos evangelizadores que enseñen a alojar al Huésped.

Dicen quienes le conocen bien que Ángel Olaran es un hombre de pocas palabras, que habla con sus actos, pero que cuando habla dice las cosas muy claramente: “En España te piden si puedes decir la misa de 11, donde no conoces a nadie, donde no se conocen entre ellos, y lo único que esperan es que seas breve. Para mí no es así como debería ser una misa. Prefiero decirla entre conocidos con quienes puedo hablar y rezar juntos. Es la fe de la comunidad la que da vida a las palabras del sacerdote. Mi iglesia es la calle y mis altares las casas de la gente”. Ahí está la diferencia entre quien abre el corazón y aloja al Huésped y quien tranquiliza la conciencia con el donativo y el trabajo solidario.