viernes, 17 de julio de 2015

¿HACIA DÓNDE CAMINA LA IGLESIA DE ASTURIAS?

El 14 de marzo de 2013 el cónclave elegía al cardenal Bergoglio como Papa. Apenas mes y medio después, el 26 de mayo de 2013, se fechaba con la firma del arzobispo de Oviedo el decreto de aprobación del plan pastoral diocesano 2013-2018. El plan llevaba gestándose desde medio año antes en una comisión diocesana encargada de su elaboración, dando forma a las conclusiones aprobadas del Sínodo de la diócesis comenzado en el año 2006 por iniciativa del entonces arzobispo Osoro y finalizado en diciembre de 2011, ya bajo el episcopado de monseñor Sanz Montes. Las fechas no engañan. La diócesis asturiana estuvo sumida en la indefinición pastoral prácticamente siete años, los que van de 2006 a 2013. Los contextos tampoco engañan, aunque son interpretables en función de parámetros más o menos interesados, y según ellos, la diócesis asturiana vivió inmersa en una cierta zozobra al verse metida de hoz y coz en un sínodo diocesano por parte de un arzobispo que meses después de su convocatoria logró el ansiado ascenso;  vivió en una indefinición absoluta pendiente de la articulación de las conclusiones del sínodo heredado por parte del nuevo arzobispo, que tardó más tiempo del debido en decidir romper o asumir lo anterior; y vive con una cierta desubicación la realidad de un plan pastoral que intenta recoger lo sustancial y tolerable de las conclusiones del sínodo y la impronta absolutista del actual arzobispo, y que nace prácticamente superado por los nuevos aires que vienen de Roma y que rebasan claramente sus líneas definitorias.
Es innegable que cada diócesis acaba marcada por la formación, la sensibilidad eclesial o la trayectoria biográfica de su pastor. Parece ya demasiado lejana la iglesia de Asturias profundamente marcada por el largo mandato episcopal de Díaz Merchán. La impronta del Concilio Vaticano II en la formación del clero asturiano, la búsqueda de realidades sociales justas y la sensibilidad en el compromiso con los más necesitados, son solo algunas de las características que identificaron a nuestra Iglesia asturiana durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición democrática. Están demasiado cercanos los siete años en los que Osoro condicionó con su excesivo personalismo  los modos y maneras de la Iglesia de Asturias. La eclosión de los movimientos vinculados a realidades religiosas carismáticas y de masas, el renacimiento de un espiritualismo más preocupado por el más allá que ocupado en la construcción del reino de Dios aquí y ahora, y una cierta tendencia jerárquica a enredarse en relaciones sociales de poder a poder, no siempre aconsejables, han marcado estos últimos años de una iglesia diocesana que empezó con el nuevo siglo a “peregrinar en Asturias” y perdió con ello las referencias geográficas, culturales y antropológicas de pertenencia a una realidad concreta que, lejos de constreñirla y aislarla,  le permitían ser universal desde lo particular. Vivimos el presente de una diócesis marcada por las permanentes ausencias de su arzobispo y trasfigurada por un revolcón permanente de cambios, que sólo encierran el desconocimiento más absoluto de su clero diocesano o el arrinconamiento de aquellos que distinguen claramente entre obediencia y servilismo. La realidad de un papa como Francisco, trasgresor en las formas y voz de los que hasta ahora no tenían voz, ha cogido con el pie cambiado a una buena parte de la cristiandad, sobremanera a la iglesia española. No parece nuestro arzobispo verso suelto capaz de salirse del guión pre-escrito hace años del que aún cuesta trabajo salirse, seguramente en pago y agradecimiento a quien desde la atalaya de su ático madrileño aún recuerda a sus protegidos a quién le deben su posición.
¿HACIA DÓNDE CAMINA NUESTRA IGLESIA DIOCESANA? En ese peregrinar en el espacio que oficialmente se repite machaconamente, soslayando, algo más que de palabra, el sentido de pertenencia a una realidad social y geográfica, tal parece que nuestra iglesia diocesana no acaba de definir con claridad un rumbo del que el pueblo de Dios de esta bendita tierra asturiana se sienta partícipe y corresponsable. Vista la atonía en la que desde hace unos años se mueven muchas de nuestras comunidades parroquiales, parece que el sensus fidelium de los creyentes cristianos de Asturias está acomodado y le es suficiente con tener olor a oveja y dejarse guiar.  Y es cierto que muchos pastores usan las ovejas para acrecentar su poder e influencia, pero también lo es que hay ovejas que gustosamente se sienten bien en su papel de rebaño dejándose guiar. Como pueblo de Dios, como destinatarios últimos del mensaje que emana del evangelio de Jesús, y precisamente por intentar ser fieles a ese mensaje, debemos aspirar a marcar el camino antes que dejar que nos lo marquen, aspirando a una Iglesia en la dejen de existir pastores y ovejas y en la que haya un pueblo de Dios que camina pegado a la realidad social y trabajando para mejorarla.

La vida personal de cada uno tiene una dimensión pública.  Es una condición natural de la que no podemos escapar y en la que cada uno elige el modelo social por el que apuesta, valorando y decidiendo en función de unos principios que primero heredamos y luego intentamos cultivar con nuevas experiencias. Y es esa apuesta la que nos guía e impulsa hacia un mayor reconocimiento de la dignidad y derechos de todos, o no.